12/30/2009

"Confidencialidad paciente-médico"

Todos sabemos perfectamente que la confidencialidad paciente-médico es una gran mentira, al menos en el absoluto pues, al llegar a sus hogares, todos los profesionales hacen catarsis con sus seres queridos y repiten, no sin lujo de detalles, las anécdotas y padecimientos que estos le refieren. He aquí la historia –hechos más, hechos menos- que Humberto L… le detalló al Licenciado B…, quien luego la contó a su esposa, y más tarde llegó a mis oídos por medio de esta última:

“Siempre me atrajeron los supermercados, doctor. En especial la góndola de lácteos del Carrefour, ése que está cerca de mi casa. El otro día fui; sí, fui. Entré y caminé directo a esa góndola, estaba preciosa: blanca, toda blanca, con pintitas amarillas y azules que indicaban los precios y las ofertas del día. Se me escaparon unas lágrimas de felicidad, doctor.

Contemplé unos instantes la escena y después me puse a buscar el yogur de durazno perfecto, así como mi abuela compraba el durazno perfecto real en la verdulería cuando todavía vivía… No se da usted una idea de la cantidad de factores que uno debe tener en cuenta para estas cosas… pero bueno, no quiero aburrirlo, y además quisiera llegar rápido a la parte que me lleva a contarle esto:

Cuando completé la elección me dirigí a la parte de alimento balanceado para perros; necesitaba comprarle un poco al canario que me regalaron cuando chico. ¡Era una debacle, doctor!, la tanda de envoltorios estaba seriamente dañada por arrugas innecesarias que podían comprometer la calidad del producto. No puedo arriesgarme a darle un producto en mal estado a mi canario, ya es grande; ya ni se mueve. Me tuve que fijar en cada paquete, ninguno estaba en óptimas condiciones. Cuando descarté los pequeños no me quedó otra opción que buscar uno grande- se veían seriamente amenazadores (sabe usted que tengo serios conflictos irresueltos con las cosas grandes). Escruté esos packs de varios kilos; la verdad es que no me conformaba ninguno, pero había uno que se acercaba mucho a lo que quería, y así, preferí no traicionar a mi amado Carrefour, y no poner en peligro la permanencia de la góndola de lácteos que tantas satisfacciones me trae, y me decidí a llevar dicho paquete… ¡De repente!, al fondo de ese pasillo, vi a una antigua (¡vieja!) profesora del secundario, doctor. La detestaba, siempre la detesté, y ella a mí también. No quería saludarla, no, no. Y sabía que ella podía reconocerme tan fácilmente como yo a ella. Se podrá imaginar usted, doctor, que entonces no tuve más remedio que esconderme, y el único escondite en que pude pensar fue en esos paquetes de alimento balanceado que tan amplios eran.

Eso resolví, y eso hice: abrí varios, por supuesto que no el mío, y me zambullí entre esos huesitos y coquitos marrón-rojizo que le doy a mi canario sin demasiados resultados. El truco funcionó, doctor. Para cuando salí de allí la mujer ya no estaba a la vista. Mas no hay gloria sin pena, doctor: un guardia me abordó diciendo que tendría que pagar por los paquetes que abrí, a lo cual accedí, puesto que tiene lógica que si uso el producto, aunque no de la manera más ortodoxa, deba pagar por él.

Nos dirigimos a la caja ambos, el guardia y yo, ya que este se ofreció a guiarme para que no tuviese que sufrir la cola en la caja, siendo yo un cliente que haría una compra tan grande; pero resulta que en el apuro de esconderme había olvidado el yogur que había comprado antes. Entonces le pregunté si podía ir a por él y me dijo que iríamos juntos. (Esto me recuerda que debería firmar el libro de sugerencias felicitando al muchacho.) Cuando llegamos al lugar busqué y tomé el yogur; parecía que todo estaba resuelto, pero volviendo a la caja, otro inconveniente surgió: la naturaleza me llamaba. No quería abusar de la gentileza del guardia que tanto ahínco había puesto en ayudarme a saltar esas largas colas que hay en mi querido Carrefour a las siete de la tarde, cuando todo el vejestorio, como mi ex-profesora, va en busca de su queso descremado y el Terma Serrano, así que le dije: ‘muchacho, tome, acá está la billetera, haga los números con la cajera, yo tendría que usar el baño… urgentemente.’

El bienintencionado guardia aceptó, e incluso me hizo el favor de llevar a la caja el yogur y la bolsa de alimento que cuidadosamente había elegido mientras yo hacía mis cosas. Finalmente esta serie de inconvenientes simulaba llegar a su final, pero es acá, doctor, donde quería llegar con esta historia que tan poco interés puede tener en este consultorio:

Al acercarme por segunda vez a la caja, después de usar las instalaciones, me di cuenta que no me había lavado las manos… ¿Qué cree usted que semejante olvido signifique?”

11/02/2009

"Administrador"

-“Si lo que necesitás hacer es renunciar, renunciá y seguí con tu existencia…”, eso me dijo mi jefe cuando le comenté el agotamiento espiritual y moral que mis obras me traían. Es difícil ser el encargado de administrar la felicidad en el mundo, ¿sabés? A cada instante tener que decidir quién la merece, quién no… pero mucho más angustiante es disponer quién la obtiene de entre los merecedores. No voy a negar que era sumamente reconfortante cuando el afortunado, ganador de la recompensa, la disfrutaba y le sacaba provecho hasta el último segundo a esos minutos (cuando muy generoso, horas) de felicidad que se le otorgaban, pero esa felicidad provenía de las vivencias más peculiares a veces, y no siempre es la misma que se consigue por hacer algo correcto o constructivo… ¡entregarle mi tan preciado servicio a aquellos que lo obtenían del dolor ajeno era tan desagradable! Necesitaba descansar mi mente, no podía seguir trabajando así…



-¿Y entonces? ¿Renunciaste?



-Sí.



-¿Y hace cuánto que el Universo está buscando un reemplazo eficiente para tu puesto?

Despedida

Lentamente se incorporó en la cama. Apartó las sábanas; en silencio pisó el suelo alfombrado de la habitación. Su pareja no se inmutó, dormía profundamente y revivía en sueños el momento íntimo que habían compartido hacía instantes.
Abrió la ventana. El viento entraba delicadamente acariciando su cuerpo desnudo. Sin moverse del lugar, alcanzó un cigarrillo que había dejado preparado sobre la mesa de noche. Cuando terminó de fumarlo se acercó a una silla en la que estaba su abrigo; de un bolsillo sacó un sobre que luego depositó sobre la almohada, su almohada, desocupada.
Respiró hondo y se acercó nuevamente a la ventana abierta. Primero apoyó un pie, después, agarrándose del marco con las manos, el otro: estaba de cuclillas sobre el alfeizar. La ciudad, anticipándose, enmudeció por completo.
Cada segundo era una nueva agonía a esa altura.



Suspirando, volvió a pisar la alfombra desgastada y cerró la ventana. Se vistió silenciosamente, tomó el sobre de la almohada y abandonó el departamento.
-Tendría que haber saltado, ¿cómo le digo que no lo amo más?- pensó en el ascensor.

"Obsesión"

“Consiguen los espíritus que las cosas que no son, sin embargo, se muestren ante los hombres como si existieran.”


Lactancio.




Busqué respuestas en el viento, y en el indomable fuego; en las aguas azules y en el frío metal. Pero ninguno me proveyó de lo que necesitaba. Consulté libros sagrados, y luego profesionales que supuestamente iban a ayudarme, aunque nada lograron. Dejé a la tierra y sus moradores para lo último, pues pensé iba superarte antes… Sin embargo no fue así.


Quién eras y cómo encontrarte eran las preguntas que me acechaban, y hallaría las respuestas aunque me costaran mi pequeña fortuna y amistades; incluso hasta la cordura.
A través de libros prohibidos y lenguas muertas navegué durante una década. Visité eruditos, hechiceros y parias. Pagué grandes sumas para acceder a bibliotecas privadas, o para que competentes ladrones las asaltaran cuando no me era permitido entrar por las buenas. Me alejé de todo y de todos con tal de acercarme a mí objetivo, mi único propósito en esta vida: encontrarte a vos, que estabas destinada a mí.


Mediaba el otoño cuando tropecé con la información que necesitaba para acercarme a mi meta:
Me dirigí hacia allí, a un viejo cementerio privado en una colina, lejos de la tecnología y las buenas costumbres. No tuve que esforzarme por disimular mi presencia, mi corazón era el único latiendo en kilómetros a la redonda. Me paré sobre la tumba sin lápida explicitada en aquél antiquísimo grimorio hurtado de un ermitaño en el Viejo Continente, y proferí las infortunadas líneas del ritual:


“Efficunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.”


Las estrellas del cielo nocturno se apagaban una por una, sin que ninguna nube se interpusiera entre ellas y yo. La Luna dejó ver infinidad de grietas en su superficie y, como si fuesen heridas, de ellas brotó un color rojo sangriento que tiñó su pálida cara en instantes. Las palabras malditas fluían por mi cuerpo, junto con la sangre a través de mis venas. El terror se apoderó de mí. Y luego fue algo más lo que me dominó.


Perdí la consciencia, y al recuperarla me hallé ataviado con harapos, encerrado en una catacumba tan profunda que dudé que el cielo, que se marchitaba sobre mí instantes antes, siguiera existiendo más allá de las paredes de piedra. El tiempo corría, inconmovible, y yo no supe distinguir un segundo del otro, excepto por el incremento exponencial de mi desesperación. Fue cuando me hallaba dispuesto a golpear mi cabeza contra las paredes de roca desnuda para encontrar paz que alguien, o ahora que sé mejor debería decir algo, entró por el muro opuesto al que yo estaba apoyado:


Eran los que ya no son. Ellos respondieron a mi llamado, pero el precio de su ayuda fue demasiado alto. ¡Mi insistencia, alienación y sufrimiento! Castigados, injustificados, inútiles...
Pensé que ellos sólo me señalarían el camino, mas se tomaron la libertad de ir a buscarte, y te han traído hacía mi. ¡Es tan injusto!, cuando finalmente te encuentro es para perderte.


Ahora eres una ofrenda para este nuevo ser en el que me están convirtiendo. Un sacrificio, pues esa es su forma de complacerme.

"Anfitrión"

Podemos comenzar.-Dije a los coprófagos comensales.
Un festín humano de almas oscuras y corazones corruptos. Lástima que yo sea el plato principal.

"Silencio"

Antes no entendía tus palabras. Pero ahora, con tu sangre en mis manos, me doy cuenta que tenías razón.
Gracias, tu silencio me ha enseñado mucho.

"Movimiento detectado"

De una u otra manera no puedo evitarlo. Siempre veo esas pequeñas alimañas que aparecen por los agujeros de mis paredes. Veo tan claro por el rabillo del ojo como si aquello que pasa a la distancia, estuviese cerca y en frente de mí.
¡Ahí está! ¡Sí! ¡Ahí está en camino!
¿Ven como se mete por la boca de esa hermosa mujer? ¿No les da asco ver como entra por debajo del párpado de este bello muchacho?
¡Me están poniendo nervioso! Tal vez me están susurrando esto ahora…
Mis cajones. Mis tesoros. Piratas y sacerdotes, de la mano, cantando canciones escritas por estos mugrosos y diminutos seres.
¿Serán la próxima etapa de la evolución y yo, temeroso de que me exterminen, siento envidia?
Oh, sí. ¡Sí! ¡Sí!
Me río mientras siento como me invaden por las heridas abiertas de mi piel, mi cabeza.
Si me viera en el espejo confesaría:
“Creo que aprendí expresiones y gestos nuevos. Una combinación transmundana de placer y esclavitud emocional…”
¿Tengo mucho por confesar?, pienso. Asiento con la cabeza a mi propia pregunta.
¿A quién?, vuelvo a cuestionarme. Pero pierdo la consciencia antes de poder ver como mi propio cuerpo me daba la respuesta.

"Ladrón de fantasías"

Un viejo fantasma me busca para llevarse mis fantasías. No puedo asegurar si viene en mis sueños, o en mis pesadillas, o si realmente atraviesa las paredes de mi casa y habitación…
En nuestro último encuentro me ha dicho:
-“No te preocupes, sólo quiero verlas, aprender de ellas, luego te las devolveré. Te prometo que ni siquiera sabrás las perdiste, las remplazaré por unas que he fabricado yo.”
A lo que respondí:
-“Si no voy a saber que las perdí, ¿cómo sé que me las vas a devolver?”
No dijo palabra e instantes después escapó velozmente por el techo, sin dar ningún tipo de advertencia de cuando volvería. Pero su mueca dejó en claro su plan…
Va a robarse todos mis sueños la próxima vez que aparezca.
Desde entonces, cada momento que estoy alejado de los que me rodean, pienso en la posibilidad de entregarle a este ser lo único que me queda por mi propia voluntad; tal vez se apiade de mí y me las devuelva en algún momento; aunque sea alguna.


Llegó la noche, amigos, la Luna ya está brillando pálidamente sobre nuestras cabezas; el cobarde Sol ha huido a otro lugar… Es evidente que él no me va a defender si esta es la noche en que me despojarán de mis mejores ilusiones.
Oh, viejo espíritu… ¿Podrías ser generoso y tomar mi vida también?
Vivir sin mis fantasías sería lo mismo.

"Color..."

Caí de la nube humana como lluvia. Esperaba estrellarme contra el suelo y salpicar todo a mí alcance… teñir una vez más de color púrpura aquellas cosas que desdeñaba, y volver a manchar de verde aquello que amaba.
Me precitaba a ese mundo subterráneo, anhelaba golpearme contra su fondo para esparcir mis miedos y deseos. Esperé meses el momento, pero sólo me hundía, infinitamente, cada vez más y más, en el vacío…
Finalmente, de entre la oscuridad, emergieron unas figuras remotamente familiares. Se encontraban unidas en un punto distante, estaba seguro, aún cuando éste era todavía invisible para mí. Nadé en ese espacio sombrío que me rodeaba; pensaba en chocar contra algo para contaminar su pureza.
Tras varias eternidades sumidas en la desesperación aprendí que sus distancias eran invencibles. Jamás me acercaría a las figuras que me rodeaban, sin embargo tampoco me alejaría… ¡Qué lugar tan sublime! No era simplemente color, también era aroma, sonido, sabor. Era suavidad en su brillo, y aspereza en su oscuridad. Fue entonces que me di cuenta que aquellos púrpuras y verdes que traía conmigo estaban equivocados. Mi mundo no tendría nunca más esos matices…
Ese lugar presentaba una oportunidad. Una vida color azabache… una nueva vida después de la caída.