11/02/2009

"Obsesión"

“Consiguen los espíritus que las cosas que no son, sin embargo, se muestren ante los hombres como si existieran.”


Lactancio.




Busqué respuestas en el viento, y en el indomable fuego; en las aguas azules y en el frío metal. Pero ninguno me proveyó de lo que necesitaba. Consulté libros sagrados, y luego profesionales que supuestamente iban a ayudarme, aunque nada lograron. Dejé a la tierra y sus moradores para lo último, pues pensé iba superarte antes… Sin embargo no fue así.


Quién eras y cómo encontrarte eran las preguntas que me acechaban, y hallaría las respuestas aunque me costaran mi pequeña fortuna y amistades; incluso hasta la cordura.
A través de libros prohibidos y lenguas muertas navegué durante una década. Visité eruditos, hechiceros y parias. Pagué grandes sumas para acceder a bibliotecas privadas, o para que competentes ladrones las asaltaran cuando no me era permitido entrar por las buenas. Me alejé de todo y de todos con tal de acercarme a mí objetivo, mi único propósito en esta vida: encontrarte a vos, que estabas destinada a mí.


Mediaba el otoño cuando tropecé con la información que necesitaba para acercarme a mi meta:
Me dirigí hacia allí, a un viejo cementerio privado en una colina, lejos de la tecnología y las buenas costumbres. No tuve que esforzarme por disimular mi presencia, mi corazón era el único latiendo en kilómetros a la redonda. Me paré sobre la tumba sin lápida explicitada en aquél antiquísimo grimorio hurtado de un ermitaño en el Viejo Continente, y proferí las infortunadas líneas del ritual:


“Efficunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant.”


Las estrellas del cielo nocturno se apagaban una por una, sin que ninguna nube se interpusiera entre ellas y yo. La Luna dejó ver infinidad de grietas en su superficie y, como si fuesen heridas, de ellas brotó un color rojo sangriento que tiñó su pálida cara en instantes. Las palabras malditas fluían por mi cuerpo, junto con la sangre a través de mis venas. El terror se apoderó de mí. Y luego fue algo más lo que me dominó.


Perdí la consciencia, y al recuperarla me hallé ataviado con harapos, encerrado en una catacumba tan profunda que dudé que el cielo, que se marchitaba sobre mí instantes antes, siguiera existiendo más allá de las paredes de piedra. El tiempo corría, inconmovible, y yo no supe distinguir un segundo del otro, excepto por el incremento exponencial de mi desesperación. Fue cuando me hallaba dispuesto a golpear mi cabeza contra las paredes de roca desnuda para encontrar paz que alguien, o ahora que sé mejor debería decir algo, entró por el muro opuesto al que yo estaba apoyado:


Eran los que ya no son. Ellos respondieron a mi llamado, pero el precio de su ayuda fue demasiado alto. ¡Mi insistencia, alienación y sufrimiento! Castigados, injustificados, inútiles...
Pensé que ellos sólo me señalarían el camino, mas se tomaron la libertad de ir a buscarte, y te han traído hacía mi. ¡Es tan injusto!, cuando finalmente te encuentro es para perderte.


Ahora eres una ofrenda para este nuevo ser en el que me están convirtiendo. Un sacrificio, pues esa es su forma de complacerme.

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