2/19/2011

Puerta abierta

En mi casa no cierran con llave la puerta de calle. Claro, yo “vivo en barrio” y esa es de las pocas cosas que sobreviven del mito de una vida acá. Pero aunque la puerta (que tiene un postigo que a veces también “se olvida” abierto) sólo se debería poder abrir desde adentro, yo tengo miedo de que, por ejemplo, un dúo de negritas al pedo (en pedo, seguro), se dedique a rondar las casas del barrio (ignorando la constante vigilancia, o quizás considerando con total seriedad la impotencia y esterilidad en todos los ámbitos de las vecinas que lo miran todo a través de los vidrios coloridos de sus puertas y portones); rondar la zona, decía, con ganzúas en los inexistentes bolsillos de sus imposibles mini-faldas, y dar, justo, con mi puerta abierta, mientras yo duermo la siesta con mi perra al lado. ¡Imaginate!


—No te llevé’ nada, no avivé’ a lo’ gile’— le diría una a la otra estando en el garage de mi casa— así esta noche volvemo’ con el shoni y le’ llevamo’ ‘sta la heladera, je je.
Después le mandan un mensaje (siempre están mandando mensajes) al dicho Johnny: “ncn3 ksa p st nch”. Enviar/Send.
Y a la noche, de madrugada, vuelven. Vuelven con armas blancas y de fuego, con anestesia para caballos en jeringas enormes ya usadas por ellos, y con el olor a mandarina todavía (siempre) en las manos. Vienen Jonathan (Johnny, shoni) y Karina con Brian y Jessica (shesi), repitiendo la maniobra sobre la puerta aun abierta, ignorando cuántos somos en la casa (somos cinco, contando a la perra), posiblemente sin suficiente anestésico (¿o soga?) para todos, elevando las chances de que tengan que matar a alguno para que no los estorbe en el robo total. Yo estaría recién dormido porque me gusta acostarme relativamente tarde. Sin embargo estaría alerta, porque cuando me estoy durmiendo siempre siento (quizás pre-siento, quizás imagino) que algo malo va a pasarme. Es una costumbre ya, y sin embargo en estos veintidós años jamás se me cayó la rinconera encima; sin embargo en estos veintidós años jamás hubo nadie esperando a que me diera vuelta para, dramáticamente, ahorcarme o acribillarme tras dirigirme una mirada que infunda pavor, ni jamás hubo nadie con un abrigo largo parado en la ventana que da al patio de mi casa, listo para romper el enclenque mosquitero que lo separaría de toda mi vulnerabilidad. 
Siempre tengo estas sensaciones… pero no digo nada, porque nunca pasa nada. Pero quién sabe, la puerta sigue abierta, y yo no sé por qué no voy y la cierro…

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